sábado, 3 de diciembre de 2016

YO... NOSOTROS... TODOS NOSOTROS... ¡LA TOTALIDAD!

Este es el itinerario y, lo admito, yo también caí en la tentación de empezar la casa por el tejado y fracasé. Pero la vida es experimentación: ensayo, error, ensayo, error... Hasta que descubrimos que nunca hay errores, sino resultados que nos permiten seguir experimentando, seguir creciendo, seguir avanzando hacia el inalcanzable horizonte, benditamente condenados a cultivar la humildad con cada paso que damos, con cada traspiés, con cada caída.Todo empieza en el yo... Y, para empezar por el principio, diremos que empieza en ese niño o esa niña que fuimos y en torno a cuyas heridas construímos un ego como una muralla defensiva, mientras el castillo continúa estando por construir. Y quizás lo sepamos, tal vez lo olvidemos, o puede que lo ingnoramos hasta que es imposible seguir siendo ciego a la evidencia: hasta que no tomemos en cargo a ese niño o a esa niña y nos entreguemos, con ayuda experta cuando sea necesaria, a la sanación de dichas heridas, difícilmente podremos levantar ese sólido castillo que nos permitirá señorear sobre los dominios de nuestra vida. Mientras eso no ocurra: sufrimiento. Sufrimiento que exige crecimiento a golpes y gritos en la noche oscura. Claro que la noche oscura solo existe para que encendamos la luz y nos demos cuenta de para qué sirven tantos miedos: para recordarnos que fuimos niños y fuimos heridos, para que sanemos.Entonces, cuando este trabajo sea hecho: el nosotros. Antes no. Antes será imposible lo que después será muy fácil, pues liberados de la alambrada llena de pinchos que es el ego, y comprendido e integrado nuestro propio proceso de sanación, el acercamiento al ego del otro será al fin posible. Antes, ya lo he dicho, no, pues nos perderemos en un laberinto de espejos que se parecerá a la locura e incluso desembocará allí si no le ponemos remedio a tiempo.Después del nosotros (y la familia es siempre el nosotros por antonomasia), entonces y solo entonces: todos nosotros. Lo aprendido, ese elixir conquistado en la batalla a vida o muerte (para utilizar la enseñanza del mitólogo estadounidense Joseph Campbell) librada para salvarnos a nosotros mismos de nosotros mismos, únicamente en ese momento puede ser verdadera medicina para compartir con la comunidad. Antes no, antes nunca, pues cualquier potingue comprado por cuatro chavos al vendedor de pócimas de turno no sirve para curar nada de nada. Eso sí, cuando loguemos destilar en nuestra propia vida esas gotas sagradas, nunca olvidemos que no sirven para volver a acrecentar el ego, la muralla, para hacerla tan grande que nos tape las vistas y no nos permita ver el mundo a nuestro alrededor. Y será compartiendo con ese mundo a nuestro alrededor el elixir ganado arriesgándolo todo (TODO) que un buen día, de repente, encontraremos la Totalidad.