lunes, 24 de julio de 2017

LA CÁRCEL O LA LIBERACIÓN CONSCIENTE

En el recorrido de El Camino de las Trece Ocas, cuando llegamos a esta casilla me gusta reflexionar entorno a ese perverso triángulo dramático en el que solemos quedar atrapados y del que ya hablé en otra ocasión: salvador-víctima-perseguidor. Porque esa es la cárcel, la cárcel del ego, y la puerta se abre ante quien deja de interpretar esos papeles y asume la responsabilidad sobre su vida.

Si puedo hablar sobre La Cárcel, si puedo hacerlo sobre cada casilla del Juego de la Oca con esa fuerza de la que ayer me hablaba una de las participantes en el taller, es sencillamente porque las he vivido con toda su intensidad hasta que -a base de mucho sufrimiento- he logrado iluminarlas con la luz de la Consciencia: yo fui prisionera (víctima) y carcelera (perseguidora) a un mismo tiempo, y lo descubrí con vergüenza... Aceptarlo fue la llave que abrió la celda de mi cautiverio y me otorgó esa indispensable humildad que espero nunca me abandone. Mi salvadora fui yo, porque los tres papeles me pertenecían como te pertenecen a ti cuando interpretas tu papel favorito. Sea cual sea, es solo un papel. En verdad todos somos mucho más grandes, nuestras capacidades apenas han sido explotadas y lo mejor de nuestras vidas nos aguarda a la salida de esa cárcel... En el Jardín de la Oca.

Claro que habrá que estar largo tiempo vigilantes, porque las balas silbarán a nuestro alrededor como en la apoteosis de un western. Tendremos que ser como Neo, el protagonista de Matrix, y esquivarlas todas una a una si no queremos regresar a nuestro triste encierro. Al principio, algún que otro rasguño herirá nuestras carnes, y habrá pequeñas hemorragias. Pero poco a poco y con insistencia, regresaremos una y otra vez a nuestro centro (nuestro centro de poder y de equilibrio, ese punto central desde el que ordenar nuestra vida), y cada vez pasaremos menos tiempo interpretando un papel en el drama.Porque la vida no es un drama, sino una oportunidad de descubrirte como el héroe o la heroína de tu propia aventura iniciática. Por eso: sal de la cárcel.

viernes, 21 de julio de 2017

¡EVOHÉ, EVOHÉ!!!

La autenticidad, el arte de ser uno mismo... Esto es algo que cada día valoro más. Claro que eso implica conocernos... ¡Y atrevernos! Dedicamos demasiado tiempo y demasiado esfuerzo a agradar, a intentar complacer, para evitar disgustos, críticas... ¡Cuánto sufrimiento inútil! Es imposible gustar a todo el mundo, IMPOSIBLE, y agotador es vivir intentándolo (lo digo por experiencia propia).
Primero, eso sí, hay que dedicarse un tiempo a conocerse a uno mismo. Para eso hay que sumergirse en las aguas profundas del ser (a veces vivimos crisis personales que nos ayudan a realizar este importante proceso de inmersión imprescindible para la conquista de la felicidad). Luego toca hacer limpieza, liberarnos de todo aquello que no somos (pautas familiares y/o sociales, conceptos aprendido en la escuela o en la tele, falsas creencias, etc.), cosa que también puede suceder drásticamente con la llegada de algún terremoto personal (también conozco bien esta etapa del camino).
Y luego... Ligereza. Te libraste por fin de ir cargando con lastres inútiles. Te liberaste de imposiciones propias o ajenas. Soltaste todo para quedarte en la esencia de lo que eres, de lo irreductible en ti, de tu Yo Auténtico.
Y entonces... ¡A vivir!!!! ¡A bailar y celebrar!!! A gozar y a descubrir el verdadero sabor de la existencia. Sí, entonces pareces una loca, un loco... Eso mismo parecían los antiguos iniciados de los Misterios Órficos de la antigüedad dedicados al dios Diosnisos o Baco y que hablaban del sagrado proceso de morir y nacer de nuevo. Eso parecían las bacantes, sacerdotisas del mismo dios, divinidad del vino y la celebración y la alegría, cuando entonaban su invocación: ¡EVOHÉ!
¡EVOHÉ, EVOHÉ! Un grito de resurrección para quien ha muerto y de nuevo ha vuelto a nacer. ¿A quién le importa entonces ser perfecto? Al fin y al cabo, ¿es posible no serlo? Cuando resucitas, descubres que todo, todo, todo (incluso tú) es pura y preciosa perfección. ¡EVOHÉ, EVOHÉ!


sábado, 15 de julio de 2017

CELEBRANDO EL CAMINO

Sí, creo que es importante tener metas, objetivos. Pero más importante todavía es conocernos a nosotros mismos para no cometer el error de poner nuestra determinación, nuestra pasión, nuestra energía en objetivos que no nos pertenecen. O hacer y hacer y seguir haciendo como respuesta a una necesidad inconsciente de lograr el amor y el reconocimiento que no sentimos en el hogar de nuestra infancia. Todo eso no sirve para realizarse y, por lo tanto, por más empeño que pongamos no nos hará felices.
Desde luego que hay que tener metas, un horizonte hacia el que avanzar. Pero lo más importante es disfrutar de cada paso que damos, regocijarnos en cada metro recorrido, abiertos a la maravilla de lo que el camino tiene para regalarnos... Porque, si somos realistas, nadie tiene la certeza de sobrevivir a la noche, ni siquiera al instante siguiente, ¿para qué postergar la felicidad al momento en el que los objetivos sean alcanzados? Cualquier proyecto que emprendamos debería tener como prioridad el gozo en cada una de sus fases, sin que tal cosa signifique una búsqueda vacua de un hedonismo a ultranza. Cualquier viaje debería considerar la relevante importancia del trayecto: el destino del caminante es el Camino, y el Camino no es otra cosa que un eterno viaje de autodescubrimiento hacia el despertar de la consciencia de lo que somos, de lo que Es. Nadie podrá caminar por nosotros el Camino, porque cada camino es único, personal e intransferible. Por eso, no sigamos mapas ajenos y usemos como única brújula la escucha consciente de la canción de nuestro corazón salvaje. Mientras caminamos... Bailemos, celebremos, abrámonos, abracemos... Y, por favor... ¡Amemos(nos)!

La imagen puede contener: una o varias personas, cielo, exterior y naturaleza

domingo, 2 de julio de 2017

EL JARDÍN DE LA OCA

Hay unos versos del poeta místico sufí Rumi (nacido en Afganistán, pero que vivió gran parte de su vida en Turquía) que dicen así:

"En algún lugar, más allá del bien y del mal, hay un jardín, me reuniré contigo ahí”.

Ese jardín es el Jardín de la Oca, la casilla 63 del tablero de este juego lleno de secretos que el príncipe florentino Francisco I de Medici regaló a Felipe II, y cuyo origen suscita inumerables teorías que lo conectan con los Templarios, con el Camino de Santiago, con otro camino mucho más largo y antiguo llamado Callis Ianus, con la misteriosa isla de Creta incluso con el Antiguo Egipto. ¿Por qué no la Atlántida?
Del Juego de la Oca me interesa sobre todo el estudio de los símbolos y su aplicación al camino de la vida, pues este es el verdadero peregrinaje de cada ser humano y la fuente principal de sabiduría que existe. Por eso quiero hablar hoy del número 5 y del número 9... Y de la casilla 59... Y de la ya nombrada casilla 63, que suma 9. Para ello, los grandes maestros del número -que son los pitagóricos- me guían.
En el Camino de las Trece Ocas, estas están situadas siempre en casillas cuyo número suma 5 o 9. El número 5 es conocido como el número del ser humano y puede ser representado como una estrella de cinco puntas, en la que vemos cabeza, brazos y piernas: visualizad por un momento al Hombre de Vitrubio que dibujó Leonardo da Vinci y ahí lo tenéis. También era conocido por los pitagóricos como el número de la hierogamia (el matrimonio sagrado), y representa la unión del primer número femenino (2) con el primer número masculino (3): 2+3=5. No, no me olvido del 1: para los pitagóricos el 1 es el Uno, la Unidad del Todo, y por eso se lo considera aparte. Con ello ya nos dice algo: el ser humano es la unión de lo femenino y lo masculino, pues no solo nacemos de la unión un óvulo y un espermatozoide, sino que además en nosotros mismos, en nuestros propios cerebros, seamos hombres o mujeres, exite un hemisferio femenino y otro masculino. Pero también podríamos obtener el número 5 de la suma de 4+1. Y eso, ¿qué nos quiere decir? 4 es el número de la materia y 1… 1 es el Uno. De manera que esto añade una nueva dimensión al significado del número 5 y nos dice que el ser humano es materia y Uno o, dicho en lenguaje no pitagórico: divinidad, aunque yo prefiero llamarla Consciencia. Todo esto puede ser desarrollado ampliamente, pero por el momento voy a dejarlo aquí.

Si, jugando al Juego de la Oca, empezamos sacando un 5, esa oca nos lleva a saltar al 9. Vamos, pues, a hablar de este número: el número del retorno a la Unidad… Es decir, al Uno. Es decir, a la Consciencia de Ser Uno con el Todo: con la humanidad, con la Tierra, con el Cosmos y con el Gran Misterio de lo desconocido. Al final del camino es un 9 el que nos espera, pues esa es la suma de 6+3, la cifra del Jardín de la Oca, que representa el Paraíso Terrenal, que no es un lugar sino un estado de Consciencia al que se llega… ¿Cómo? Bueno, pues evidentemente enfrentándonos a las venturas y desventuras del camino: La Posada, Los Dados, El Pozo, El Laberinto, La Cárcel y La Muerte. Pero la oca que nos catapulta directamente allí es la que está situada justo después de la casilla de la calavera, es decir, la 59. 5 y 9. Los dos números de las ocas. Dos es la dualidad: bueno-malo, bonito-feo, agradable-desagradable, divertido-aburrido… No sigo porque todos sabemos perfectamente a qué me refiero, ya que nuestra mente se pasa el día separando, discriminando, manifestando la dualidad. Esto es prefecto, pues para eso sirve la mente, y esto es lo que significa haber mordido la manzana del Árbol del Conocimiento del Bien y del Mal: perdimos el Paraíso a cambio del conocimiento, y al conocimiento se accede viviendo la dualidad. Mas solo aquellos que trasciendan la dualidad –los que logren amar lo que Es sin discriminar entre ambos aspectos-, únicamente esos alcanzarán a vivir en el Paraíso Terrenal y serán ellos mismos el Cielo en la Tierra, pues el Paraíso no es un lugar, sino un estado de Consciencia de Unidad con el Todo.

Este es el significado de ese salto que damos cuando los dados nos llevan a la casilla 59. Y ese es el significado de los versos de Rumi.