martes, 3 de noviembre de 2015

Transformar las espinas en rosas: una interpretación simbólica del cuento de La Bella Durmiente

Este artículo va dirigido muy especialmente a todos aquellos que están experimentando las turbulencias previas al gran salto. Me refiero a ese asedio insistente de todos nuestros miedos, los guardianes del umbral que ponen a prueba nuestra firme voluntad de avance. Nos incordian como diablos traviesos y también como cueles demonios torturadores, pero solo están cumpliendo con su función: proteger el tesoro. Y el tesoro no es ni más ni menos que nuestro despertar a una realidad superior, el acceso a una conciencia expandida que nos permita vivir al fin más allá del miedo. Protegen aquello que siempre hemos perseguido bajo todo tipo de formas: el recuerdo pleno de una verdad antigua y que, a la vez, debe renacer mediante la capacidad creadora de la creencia, con la fuerza de la firme intención y haciendo un uso coherente del poder de la pablabra.

Ayer entendí con mayor profundidad que nunca antes un famoso fragmento de La Bella Durmiente al que -y era consciente de ello- no le había acabado de sacar su jugo más sabroso. Me refiero al momento en el que, transcurridos los cien años de letargo para la corte de la curiosa princesa que da nombre al cuento, un príncipe decide adentrarse a través del muro de espinas con el que la zarzas de escaramujo han cubierto el castillo. Otros muchos lo habían intentado antes sin éxito y habían perecido víctimas de los feroces pinchos del rosal silvestre. Pero aquel era el momento justo y él era el predestinado, así que todo fue distinto esta vez.

Pero en esa fecha los cien años ya se habían cumplido, y el día en que la princesa debía despertar había llegado. Cuando el príncipe se acercó a donde estaba el muro de espinas, no había otra cosa más que bellísimas flores, que se apartaban unas de otras de común acuerdo, y dejaban pasar al príncipe sin herirlo, y luego se juntaban de nuevo detrás de él como formando una cerca.

El larguísimo sueño de la princesa en lo alto de la torre expresa simbólicamente la desconexión de la mente racional y el yo espiritual. Cuando la mente racional se activa (gran logro evolutivo para el ser humano, por cierto), se diría que el alma desaparece de escena: recordemos que todas las princesas de los cuentos simbolizan nuestro yo espiritual, alma, o llámese cómo se quiera. Pero, y así nos lo anuncia el cuento en cuestión, hay un momento en el que todo es propicio para el despertar, es decir, para el recuerdo de nuestra identidad espiritual. ESE MOMENTO ES AHORA. De ahí las turbulencias que nos agitan, ese tambalearse de todo aquello que conocíamos como nuestra estable realidad y esa sensación de no reconocernos a nosotros mismos. HA LLEGADO LA HORA DE DESPERTAR A LA PRINCESA DORMIDA. Por eso, cuando el príncipe se acerca a las espinas, estas se han transformadon en rosas y se apartan para facilitar su avance. El muro de espinas simboliza los miedos terribles que parecen confabularse para impedirnos el paso: acerquémonos a ellos con la misma valentía que manifiesta el príncipe del cuento ("No tengo miedo", le responde este al viejo que quiere advertirle de los peligros que le aguardan) y, con el amor como única arma, despertemos a nuestro ser dormido para que el Paraíso Terrenal se manifieste en la Tierra mediante la renovada visión de una conciencia expandida. Que así sea. No temamos nada, pues lo único que puede impedirnos este obligado salto evolutivo de reencuentro con nosotros mismos y de integración de todo nuestro recorrido humano es que el miedo nos haga dar la vuelta y renunciar. ¿Cuántas más vidas necesitaremos para conseguir completar nuestra hazaña? Recordad que no son demonios: solo son miedos cumpliendo su función de guardianes del tesoro: aunque temblemos de terror, avancemos, pues las zarzas se irán apartando a nuestro paso y las espinas se tornarán rosas para celebrar que al fin lo hemos conseguido. Por eso no está permitido rendirse. A pesar de todos los miedos... Ahora es la hora... Ahora, solo ahora, siempre ahora... Ahora o nunca.


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