Estoy preparando una conferencia sobre
el simbolismo iniciático del Juego de la Oca. El tema me llama desde hace años
y al fin encontré la excusa para sumergirme en ese océano insondable y
misterioso que son sus símbolos: las ocas, el puente, la posada, los dados, la
cárcel, la muerte... Y el laberinto, mi símbolo iniciático favorito, viejo
amigo y sabio maestro.
Dice la RAE
que un laberinto es un Lugar formado artificiosamente por calles
y encrucijadas, para confundir a quien se adentre en él, de modo que no pueda
acertar con la salida y, por ende, una Cosa confusa y enredada. Pero,
¿no es laberinto, la vida? ¿Un laberinto cuya única salida posible sería la
muerte? Así vi a mi amigo durante mucho tiempo: como una trampa que me atrapaba
y a veces hasta me enamoraba. Fomentaba mi confusión, sí, y alimentaba mi frustración,
también, pero siempre me obligaba a seguir adelante y a crecer con cada nuevo paso.
Sin embargo, a medida que fui
adentrándome en él, y de forma proporcional al amor que en mí iban despertando
sus regalos de sabiduría, el laberinto me empezó a mostrar otro rostro mucho
más amable.
Existen dos tipos de laberintos. Uno,
el de caminos intrincados, encrucijadas sin fin, callejones sin salida y máxima
sensación de extravío. Ese territorio de angustias fue mi laberinto al principio. Sin embargo, a medida
que aprendí a relajar mi cuerpo, a calmar mi mente y a apaciguar mis emociones,
un nuevo concepto de laberinto emergió: el laberinto clásico o perfecto, ese
que aparece en grabados rupestres por todo el planeta, el que fue plasmado
sobre el suelo de algunas famosas catedrales como expresión de un ordenado trayecto
iniciático. Ese laberinto solo tiene un camino, un único camino y un único
acceso. Cuando recorres este tipo de laberintos, la confusión te sigue y te persigue,
como una sombra de tu propia sombra, pero el orden que gobierna el trayecto acaba
por imponerse: quizás no entiendas porqué el camino ahora gira a la derecha, o
lo hace a la izquierda, pero sabes que tu camino es el camino y te comprometes
con él dando un paso y otro más hacia adelante. Y ¿qué hay delante? ¿Cuál es el
destino de tus pasos y de los míos, de todos los pasos en el laberinto? El destino es alcanzar el centro,
es decir, el callejón sin salida absoluto, la última frontera.
Imagínate allí. Has recorrido tu
camino, muy confusa y angustiosamente al principio, más conscientemente después…
¡Y todo para llegar a un callejón sin salida! ¿Un chiste cósmico? No, la última
lección del laberinto: encontrar la salida donde aparentemente no la hay.
Algunos no comprenden nada y piensan
que se sale por donde se entró. Yo pensaba así unos años atrás. Pero, recientemente, he creído comprender dónde está la salida cuando la vida te sitúa
ante ese muro infranqueable: la salida no es ir hacia atrás, sino ir hacia
adentro.
Cuando comprendes que la salida del
laberinto está en ti y siempre estuvo en ti y siempre estará en ti… En
adentrarte en tu centro y reconocer tu Ser… Entonces, puedes recordar el mito
de Teseo y Ariadna, y sus símbolos te hablarán con claridad diáfana y te revelaran
tu verdadero rostro, es decir, el mío y el del Todo.
Pero eso dejémoslo para otro momento.
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