miércoles, 6 de mayo de 2015

LA SALIDA DEL LABERINTO

Estoy preparando una conferencia sobre el simbolismo iniciático del Juego de la Oca. El tema me llama desde hace años y al fin encontré la excusa para sumergirme en ese océano insondable y misterioso que son sus símbolos: las ocas, el puente, la posada, los dados, la cárcel, la muerte... Y el laberinto, mi símbolo iniciático favorito, viejo amigo y sabio maestro.

Dice la RAE que un laberinto es un  Lugar formado artificiosamente por calles y encrucijadas, para confundir a quien se adentre en él, de modo que no pueda acertar con la salida y, por ende, una Cosa confusa y enredada. Pero, ¿no es laberinto, la vida? ¿Un laberinto cuya única salida posible sería la muerte? Así vi a mi amigo durante mucho tiempo: como una trampa que me atrapaba y a veces hasta me enamoraba. Fomentaba mi confusión, sí, y alimentaba mi frustración, también, pero siempre me obligaba a seguir adelante y a crecer con cada nuevo paso.

Sin embargo, a medida que fui adentrándome en él, y de forma proporcional al amor que en mí iban despertando sus regalos de sabiduría, el laberinto me empezó a mostrar otro rostro mucho más amable.

Existen dos tipos de laberintos. Uno, el de caminos intrincados, encrucijadas sin fin, callejones sin salida y máxima sensación de extravío. Ese territorio de angustias fue mi laberinto al principio. Sin embargo, a medida que aprendí a relajar mi cuerpo, a calmar mi mente y a apaciguar mis emociones, un nuevo concepto de laberinto emergió: el laberinto clásico o perfecto, ese que aparece en grabados rupestres por todo el planeta, el que fue plasmado sobre el suelo de algunas famosas catedrales como expresión de un ordenado trayecto iniciático. Ese laberinto solo tiene un camino, un único camino y un único acceso. Cuando recorres este tipo de laberintos, la confusión te sigue y te persigue, como una sombra de tu propia sombra, pero el orden que gobierna el trayecto acaba por imponerse: quizás no entiendas porqué el camino ahora gira a la derecha, o lo hace a la izquierda, pero sabes que tu camino es el camino y te comprometes con él dando un paso y otro más hacia adelante. Y ¿qué hay delante? ¿Cuál es el destino de tus pasos y de los míos, de todos los pasos  en el laberinto? El destino es alcanzar el centro, es decir, el callejón sin salida absoluto, la última frontera.

Imagínate allí. Has recorrido tu camino, muy confusa y angustiosamente al principio, más conscientemente después… ¡Y todo para llegar a un callejón sin salida! ¿Un chiste cósmico? No, la última lección del laberinto: encontrar la salida donde aparentemente no la hay.

Algunos no comprenden nada y piensan que se sale por donde se entró. Yo pensaba así unos años atrás. Pero, recientemente, he creído comprender dónde está la salida cuando la vida te sitúa ante ese muro infranqueable: la salida no es ir hacia atrás, sino ir hacia adentro.

Cuando comprendes que la salida del laberinto está en ti y siempre estuvo en ti y siempre estará en ti… En adentrarte en tu centro y reconocer tu Ser… Entonces, puedes recordar el mito de Teseo y Ariadna, y sus símbolos te hablarán con claridad diáfana y te revelaran tu verdadero rostro, es decir, el mío y el del Todo.


Pero eso dejémoslo para otro momento.



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